Vivió toda su vida buscando el clima frío. Huyendo del calor como el oso polar que era. Básicamente porque odiaba transpirar, lo aborrecía. Transpirar lo alteraba de tal manera que terminaba por inmovilizarlo. El calor lo volvía inservible, inútil.
Por fin encontró su paraíso en una ciudad con un corto verano de cero grados y un largo invierno de autos congelados y escuelas cerradas.
Cuando su hijo de menos de un año tuvo la primera gripe, la primera fiebre, la primera tos, él lo miró con lágrimas en los ojos y se dijo: "mejor el Trópico".
01 agosto 2005
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