Mirame.- ordenó sin levantar la voz.
En mi universo de voces graves e inentendibles, esa palabra llegó perfectamente clara.
Mirame.- repitió, con la misma paciencia.
En ese universo de manchas opacas de colores agrisados, el rostro poseedor de la voz que me estaba llamando se hizo vívido, perfectamente nítido.
Mirame mi amor.- ordenó ella, gentil pero firme.
Abrí los ojos lentamente. A medida que me iba acostumbrando a la luz hiriente y verde de los fluorescentes, su sonrisa me daba la bienvenida. No tan lejana esa sonrisa.
Mirame.- pidió esta vez, con dulzura y un ligero temblor en la voz.
Las manchas dieron lugar a formas, las formas adquirieron contornos, y luego texturas.
El beso me sorprendió entre enfermeras que revisaban pantallas y bips, y doctores que no se explicaban cómo había vuelto.
10 agosto 2005
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