La AM del taxi estaba atada con alabre y parchada con cinta. Fue lo primero que me llamó la atención al subir. Lo segundo, lo curtido del rostro del taxista.
La AM tiene ese sonido carcaterístico, que no depende de la radio ni de los parlantes. Ese sonido a AM. Y con ese sonido empezó quién sabe quién a recitar "La Maestra" de Gagliardi.
Mi abuela me recitaba sus poemas cuando era chico, entre el café con leche de las cinco y las tostadas con manteca de las siete. Mi favorito era el de Los Reyes Magos; lo habré escuhado un millón de veces de la boca de ella.
Y ahora, 25 años después, esos versos volvían con el mismo olor a merienda recién preparada.
Cuando el poema no iba por la mitad, aflojé. Tenía los ojos vidriosos y la garganta anudada. Intenté de todas formas hacerme el corajudo y pasar desapercibido. Tanto así, que recién al bajar del taxi noté que el taxista había llorado sin vergüenza.
Cosa extraña compartir eso con un desconocido. Siendo hombres los dos, digo. Qué se yo.
Si querés leer a Héctor Gagliardi podés hacerlo en este link.
08 mayo 2006
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