28 junio 2006

TARDE SOLEADA DE JUNIO

Tarde soleada de junio. Aprovechando los últimos días templados, Don Camilo lee el diario en el patio de su casa. Sentado en un viejo sillón, con las pantuflas a cuadros y la bufanda obligatoria, repasa cansinamente los titulares. Don Camilo hace rato dejó de interesarse por las noticias. Pero el diario es un viejo vicio, casi tan viejo como él.
Don Camilo, como al pasar, resbala su mirada por el patio verde y blanco de su casa.
- Habría que cortar el pasto... - murmura.
Lentamente, con todo el tiempo del mundo, Don Camilo se incorpora y deja el diario sobre el sillón. Camina arrastrando los pies hasta el depósito. Saca una vieja cortadora de césped eléctrica, roja flamante a pesar de los años. Con mano temblorosa acierta el enchufe. Arrastra muy lentamente la cortadora hasta la punta más alejada del patio. Antes de encenderla, recorre con la mirada nuevamente todo el rectángulo de césped.
- Bueno... vamos a ver...
Enciende el motor y con un leve esfuerzo pone en movimiento las rueditas.
Cuando hubo terminado y recogido el pasto cortado en una bolsa de consorcio, repasa su obra con los ojos. Con un dejo de satisfacción, se aprueba y vuelve al diario.
Junio está apacible este año, el frío solo amagó un par de días. Esta tarde está particularmente cálida, con un sol de costado que tiñe de dorado el gomero del patio. Don Camilo, con el diario en las rodillas, recorre serenamente las blancas paredes con la mirada. De vez en cuando, la perfecta blancura del látex es interrumpida por el gris tenue del revoque aflorando.
- Mmmm, creo que hay enduído en algún lado.
Don Camilo, con perfecta lentitud, vuelve a dejar el diario sobre el sillón y entra a la casa. Minutos después, antes de ser extrañado por el paisaje impresionista del patio, sale con un pote blanco de plástico en las manos.
Con dedicación, luchando contra el temblor, rellena y alisa cada agujero de la pared. Al terminar cada uno de ellos, se aleja unos pasos y estudia el resultado con agudeza. Si está bien, continúa con el próximo. Si no lo convence, vuelve a acercarse y corrige.
Sentado nuevamente en el sillón, deja que el patio le llene otra vez los ojos de verde y blanco. Esos ojos grises que han visto tanto. Esos ojos grises que no han tenido vergüenza de llorar, a veces de alegría, a veces no.
Antes de que el sol se pierda detrás de la medianera, Don Camilo colgó plantas nuevas, arregló el macetero, regó los geranios, tiró por fin una tapa de inodoro vieja que había colgado de un clavo por años - como servía para que los pájaros se posaran a tomar el agua de la lluvia la reemplazó por un palito y un bawl de plástico naranja atado con alambre.
Don Camilo dormita en el sillón y no escucha la puerta de calle que se abre. Leonor, su hija mayor, se le acerca y lo contempla un momento. Le pone la mano en el hombro y presiona suavemente. Don Camilo, solo con esto, abre los ojos lentamente y la mira, sin decir nada.
- ¿Ya hiciste la valija? ¿Preparaste todo?
El viejo asiente con la cabeza. Ella lo toma de los hombros y lo ayuda a levantarse.
- Vamos papá que te esperan a las siete. Yo vengo de ahí, te dejé todo listo...
Don Camilo, antes de entrar por última vez a su casa, se despide del patio sin mirarlo.
- Los de la inmobiliaria van a venir mañana a mostrar la casa. Dicen que ya tienen gente interesada...
Don Camilo toma su valija marrón, casi tan vieja como él, y sale a la vereda. Sube al auto de Leonor, sin decir una palabra. Ella le pone el cinturón de seguridad.
- Ya vas a ver que no te va a faltar nada... no es lo mismo allá, que hay gente que va a saber cuidarte...
Don Camilo asiente nuevamente con la cabeza. No está triste, está sereno. Por fin, abre la boca.
- ¿Los chicos están bien?

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