Nervioso como estaba, no se apuró por llegar a la cita. Es más, se aseguró de no parecer demasiado ansioso y recién tipo cuatro y tres minutos se dejó ver.
Le temblaban las manos. Le sudaban los pies. La boca pastosa. Los labios resecos. La sangre se aborbotonaba en las venas.
Bastó una rápida mirada para reconocer a quién lo esperaba.
Como pudo caminó hasta la mesa. Como pudo le dio la mano. Como pudo se sentó. Era uno de los exámenes más difíciles de su vida, y no sabía nada. Tomó una buena bocanada de aire y como pudo saludó...
- Hola Andrés, ¿se acuerda de mí?
16 agosto 2005
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